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Herencias que duelen: adolescencia, sadismo y el silencio familiar (Análisis de la serie "Adolescencia" Netflix)

Actualizado: hace 3 días

Una lectura psicoanalítica sobre la serie Adolescencia, el mundo digital y las marcas que no siempre se ven.

Este tema de la serie Adolescencia, cuya trama gira en torno a los conflictos propios de esta etapa vital, y visto desde una mirada psicoanalítica, me recordó una de las razones por las que decidí formarme como psicoanalista: un simposio sobre las marcas adolescentes.

En una de las ponencias se habló de un caso que me marcó profundamente: el de un niño con rasgos sádicos, identificado con su abuelo militar, quien también era sádico. Me quedó claro que muchas veces los síntomas no surgen de manera aislada. Hay algo que se transmite psíquicamente de generación en generación, como si el inconsciente familiar tejiera un guión que continúa, incluso cuando alguien intenta romperlo.

Jamie y el eco del abuelo

Eso es justo lo que vino a mi mente al ver la serie. El personaje de Jamie parece estar atrapado en una herencia psíquica de violencia que no termina de resolverse. Aunque su padre intenta cortar la cadena —reprimiéndose para no ejercer el mismo castigo físico que él recibió de niño—, algo del sadismo del abuelo sigue presente. No es visible a simple vista, pero está ahí, latente, como una figura que habita el aparato psíquico del grupo familiar.

Como plantean autores como René Kaës y Daniel Eiguer, lo transgeneracional no es sólo lo que se hereda materialmente. También se hereda lo no dicho, lo no tramitado, lo que opera en silencio, pero se manifiesta en los síntomas de quienes vienen después.

La herida narcisista que no encontró palabras

Jamie comienza a mostrar rasgos sádicos desde joven. Uno de sus actos más graves lo lleva a la cárcel juvenil: agrede a una compañera que se burla de él. El insulto toca una herida narcisista profunda: ser llamado “incel” (célibe involuntario), justo en ese momento donde la adolescencia empuja a buscar experiencia sexual, a afirmarse desde la mirada del otro, a explorar el deseo.

La burla no fue sólo una palabra: fue una herida directa al yo en formación. Un yo alojado en un cuerpo transformado por la pubertad, con gónadas activas, pero sin recursos simbólicos suficientes para elaborar lo que se siente. Y cuando no hay palabras, aparece el acto.

Adolescencia digital: sin barreras ni lenguaje adulto

Además de la herencia psíquica, el contexto social en el que se sitúa Jamie influye enormemente. Hoy, la adolescencia se vive entre dos mundos: el real y el digital. Este último tiene sus propias reglas, sus propios códigos, sus propios excesos. Es un espacio donde los adultos muchas veces no tienen acceso ni lenguaje para intervenir. Y eso genera un terreno sin barreras claras.

En ese mundo, la represión pierde fuerza. El superyó, como instancia límite al yo, se desdibuja. Entonces, ¿qué o quién contiene el exceso? ¿Qué frena la descarga cuando no hay estructura simbólica que ordene?

Los adultos, quienes históricamente han contenido o mediado esos impulsos, también vivimos nuestros propios límites. La velocidad del cambio digital ha generado una nueva dinámica social que muchas veces nos deja fuera del juego.

Un acto extremo, una trama no dicha

Por eso creo que, cuando se juntan una estructura psíquica adolescente en construcción, una herencia familiar marcada por el sadismo y un contexto social que favorece la descarga sin límites, el resultado puede ser un acto extremo.

La serie no muestra sólo un crimen adolescente. Muestra lo que puede suceder cuando no hay palabras para simbolizar lo que se vive en la familia y en la cultura. Muestra a Jamie no sólo como victimario, sino también como una víctima de su época.

Ojalá, desde el psicoanálisis, podamos mirar a estos adolescentes con más humanidad, y no sólo con juicio. Tal vez así podamos escuchar lo que su acto está intentando decir.

El papel del psicoanalista para los adultos que sobrevivieron la adolescencia

Sobrevivir la adolescencia no significa haberla elaborado. Muchos adultos llegan al análisis con escenas congeladas de esa etapa: duelos no transitados, deseos prohibidos, traiciones familiares, silencios pesados, o vergüenzas que todavía duelen como si hubieran pasado ayer.

Para ellos, el psicoanalista es una figura que ayuda a leer la novela inconsciente de su vida, donde la adolescencia fue un capítulo clave, a veces traumático, a veces silenciado. Analizarse de adulto implica poder volver a mirar ese periodo no desde la nostalgia ni la culpa, sino desde la posibilidad de resignificar. ¿Qué se jugaba ahí? ¿Qué quedó pendiente? ¿Qué aún duele sin saberse por qué?

Además, muchos adultos arrastran en su cuerpo y en sus relaciones los efectos de una adolescencia marcada por la represión, la violencia o la invisibilización. El psicoanálisis puede ayudar a tramitar eso no dicho, a darle lugar al adolescente que se tuvo que callar para sobrevivir. Porque como dice Kaës, el sujeto nunca es solo él mismo: también es todos los que lo habitan.

El psicoanalista como espacio contenedor para la pareja parental

En el acompañamiento de adolescentes, pocas cosas son tan importantes como el lugar que ocupa la pareja parental. No solo como figuras de autoridad o cuidado, sino como estructura emocional y simbólica que da contención —o desborde— al mundo interno del hijo o hija.

El psicoanalista, en este caso, no trabaja solo con el síntoma del adolescente, sino que puede ofrecerse como espacio de escucha y contención para la pareja parental. Un lugar donde mamá y papá, o las figuras cuidadoras, puedan poner en palabras lo que también les pasa: la angustia, la culpa, los desacuerdos, el cansancio, las heridas que su propio adolescente interno les despierta.

La adolescencia de un hijo muchas veces remueve la propia adolescencia no elaborada de los padres. Por eso, en lugar de exigirles ser “contenedores perfectos”, el análisis ofrece un lugar donde puedan reconocerse como pareja en transformación, en un momento de transición familiar.

Es un espacio para explorar cómo se sienten ante los cambios de sus hijos, cómo se posicionan frente a sus límites, cómo duelen ciertas palabras, cómo se activan viejas heridas. Es también un espacio para fortalecer el vínculo entre ellos, no solo como pareja romántica (si aún lo son), sino como alianza simbólica que ofrece un marco emocional al adolescente.

Porque un adolescente necesita límites, pero también necesita un mundo emocional firme, capaz de sostener su caos sin desmoronarse. Y para eso, los adultos también necesitan ser sostenidos.

El psicoanalista no da recetas, pero sí ofrece un tiempo, una pausa, una posibilidad de mirar lo que está en juego. Cuando la pareja parental se siente escuchada y acompañada, también se abre la posibilidad de convertirse en un continente más fuerte y humano para sus hijos. ¿Te interesa seguir reflexionando sobre adolescencia, herencias psíquicas o síntomas que no encuentran palabras?Te invito a seguir leyendo en Terapia en voz alta, o a escribirme si algo de esto te tocó y quieres iniciar un proceso de psicoanálisis individual o en pareja.



Escrito por Mónica Rayas Abril 2024

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